Sin Fin representa muchas cosas. No sólo representa el futuro, lo interminable, lo eterno, sino más bien el futuro que vuelve al pasado para volver al presente, a lo contemporáneo, a lo nuevo que es nuevo porque algo nuevo existió antes, y que va a permitir que algo sea nuevo después. Esa es la idea. El Sin Fin como lo atemporal. Una línea de tiempo que se rige más por los sentidos y por el placer, que por los acontecimientos y las fechas. Sin Fin es una bodega familiar y mendocina. Una propuesta moderna en un edificio de 1937 totalmente remodelado.
El proyecto comenzó hace 10 años, y nos encontramos en pleno proceso de consolidación, de búsqueda y desarrollo. Desde este lugar queremos comenzar a acompañarlos en una experiencia diferente, tratando de vivir el mundo del vino desde sí mismo, claro, y también desde todo lo que lo rodea, vale decir, todo lo que lo construye. Una bodega vieja que hoy es moderna. Una bodega familiar. Una familia. La flora autóctona, dueña del paisaje. Espacios múltiples de trabajo, innovación, placer, descubrimiento.
El contacto con la tierra, con sus productos, sus frutos. Las artes visuales, la música, la literatura, la herencia cultural viva. El vino. El resumen perfecto. Nuestros vinos se expresan en muchos niveles, y sólo se completan cuando se degustan y se interpretan dentro de la experiencia, la vivencia de su mundo. El del placer. El de los sentidos. La propuesta es clara: abordar la visita desde y hacia los sentidos. Sin estructuras rígidas, haciendo énfasis en el placer, adaptándose orgánicamente al visitante, para que se sienta, definitivamente en casa, y al mismo tiempo inmerso en el descubrimiento. Ojalá sea, verdaderamente, una experiencia Sin Fin.